sábado, 28 de enero de 2012

Tengo mi piel


Escribía y las palabras seguían saliendo. Chorreaban sobre la pagina como lo harían lagrimas sobre las mejillas; lentamente, pero con un seguro destino de devolver todo a la tranquilidad. Pensaba y pensaba, se devanaba los sesos; era tan difícil hallar un camino en su mente sin perderse entre las miles de imágenes que desfilaban frente a él. Era como caminar en un laberinto, continuamente se encontraba con pasillos que terminaban en una alta, fría e impasable pared. Todo lo que escribía ya había sido escrito, todo cuanto decía era una combinación de palabras gastadas y viejas utilizadas por todos aquellos que antes de él, se vieron presos en una lengua que los obligara a conceptualizar su sentir. Pero sentía, y esto no tenía nada que ver con lo que sentían los demás; esto era algo único, propio. Nunca nadie había sentido lo que recorría su torrente sanguíneo; nunca nadie había sentido esa palpitante aglomeración de sensaciones, imágenes, sentimientos, ideas… y nunca nadie la sentiría; era suya, porque en ese momento emanaba de cada poro de su cuerpo, regodeándose en cada curva e imperfección de su piel. No había manera de describirlo y nunca nadie la hallaría. Lo que sentía, si es que se le podía definir así, era indescriptible. Cualquier intento de describirlo lo encasillaría en uno de tantos y tan estereotipados “sentimientos”; perdería su excepcionalidad. Y no era porque  fuera mejor o superior a lo que sentía el resto de la humanidad. Era porque se negaba a arrojarlo a un incompleto mar de letras, palabras, sintaxis y gramática que le arrancaba la esencia a todo.
Pero es todo con lo que contamos – pensó. Y se negó a creerlo. Se dedico a rechazarlo con todo su inútil esfuerzo. No había manera de salir de él. ¿Cómo podía transmitir lo que sentía si sólo contaba con 27 aliados, cautivos de antiquísimas concepciones?
Entonces ella lo besó. Y él lo comprendió todo.

jueves, 19 de enero de 2012

Cada cabeza es un mundo... cada mundo, mil historias

Sigues una historia, y luego otra. De esta última parten dos más, tal vez tres. Nunca dejas de escribir, fluyen los relatos engendrados por un relato anterior. Todos relacionados. Tal vez complentarios uno de otro, tal vez contrastantes. El punto es no parar, no despegar la punta de la pluma del papel (bueno, en este caso, mis dedos del teclado). Si tienes una historia que contar compártela, si no la quieres compartir plásmala en lo que sea que te permita conocerla después. Las ideas vienen y van, son un mar constante de contradicciones fluyendo en todas direcciones. El camino que elegido lleva a un lugar y a un final completamente opuesto. Uno desearía explorarlos todos. Perderse en cada una de las infinitas posibilidades originadas a través de las distintas líneas de pensamiento. Sería como querer averiguar el final de cada gota de lluvia o conocer el destino de cada una de las cuentas de un collar destrozado. Sólo queda imaginar y abarcar lo más que se pueda. No todas las historias son buenas, no todas tienen un final feliz, o un final siquiera. No es posible hilarlas todas o catalogarlas en un género. Es el deber de un escritor, lo cual no soy, aunque conozco personalmente a algunos, el encontrar el balance exacto, el punto de equilibrio para seguir y crear un relato que sea tan maravilloso como las mejores de las posibilidades dictadas por su mente. En cambio es el deber de cada ser humano, el nunca acallar esas historias, nunca esconder esas palabras e intercambiarlas por ideas preconcebidas, distracciones banales y basura colectiva. El tesoro más grande es tu mente, y si tienes la capacidad de estructurar tus pensamientos, mejor aún. Vive, sueña y disfruta el interior de tu cabeza y disfrutarás aún mas el exterior.

martes, 17 de enero de 2012

Porque lo he robado...



Y la gente nos criticaba. Nos juzgaba. Me juzgaba. Obviamente ninguno de ambos habíamos jamas sufrido por amor, por la falta de él. Por traición, derrota y olvido. Por desgaste, rutina y fantasmas del pasado. Por muerte, asesinato, como quieran llamarlo. Por alcohol, drogas y prisiones mentales. Nunca sufrimos de estos ni de otros innumerables e incontables dolores. Ambos recibimos el amor en nuestras manos, presentado como una ofrenda injusta para el resto del mundo. Servido en bandeja de plata. Porque siempre fue fácil obtener este amor. Mantenerlo. Porque todo el mundo sabe que el amor crece solo. Es cuestión de una mirada, una sonrisa, dos palabras, cinco letras, un roce y mariposas en el estómago. Y en cambio el mundo sufre gratuitamente, sin razón. Porque la vida es injusta, porque somos el caso fortuito del lugar preciso en el momento preciso. Por qué nosotros sí y todas las almas torturadas, patéticas y miserables no? Nosotros dos nunca pertenecimos a ese linaje, cierto? Nosotros dos nunca pasamos por esa agonía de tener que cargar con nuestros problemas y los de alguien más en soledad, verdad? Critiquen pues, a este par de individuos que se encontraron y se aman por simple y llana buena fortuna. Nos hemos regodeado mezquinamente en nuestro mal habido amor, en nuestra robada adoración. Odien pues, deséennos mal. Añoren nuestro inmerecido lugar. Mi inmerecido papel en esta relación generada espontáneamente y de la nada, en la que mi única acción ha sido aprovechar sus recompensas, cual monarca absolutista, recogiendo lo merecido para otros. Porque lo he robado.

Mi sarcasmo es para ustedes, mi sufrimiento ha sido real. Su sufrimiento lo ha sido también, incluso más grande que el mío. Y no terminará. Igual que el del resto del mundo. Así pudranse, estamos aquí por lo que vivimos, sin esperar lo que tenemos a cambio. No vuelvas a decirme que el amor nace, crece y se mantiene solo, sin siquiera merecerse. No lo escribas, ni lo sientas, ni presumas. Que ni siquiera cruce por tu mente. Nunca.