viernes, 23 de marzo de 2012

¿Y qué más da que mi mente vuele? La puedo alcanzar. Se me escapa a cada segundo, se bloquea y se abre más que antes. Salta de un pensamiento a otro. No estructura; no hace falta. En ella nada tiene pies ni cabeza, nada está predispuesto o tiene un camino a seguir. Todo fluye. Todo fluye hacia ningún lado. No hay lenguaje, ni idioma que la pueda aprisionar. Ni siquiera imágenes. Millones de pensamientos se muestran, uno a uno, todos a la vez, no me interesa... y no los ven mis ojos. Los siente el vibrar de mi cuerpo. Los siente cuando no puede sentir. Los vive cuando se siente morir.
No, no hay rimas... ni poesía, ni retórica o prosa. No hay rítmica que me aprisione. Sin embargo todo fluye con música; el verdadero control. Pero es una tonada cambiante, voluble e irascible que nunca se deja caer en la monotonía... y eso es lo que tengo que sacar, expresarla, pulsarla en una cuerda, en una tecla, en mi garganta o en un latido. No tiene sentido, y esa es su belleza. La ausencia de una búsqueda de definición le otorga una hermosura infinita. Relámpagos. Ojos cerrados. Ojos abiertos, comas puntos reglas no hacen falta, todo sale en un único torrente de atropelladas palabras impotentes que intentan reflejar esa imperfección perfecta que es ser... el no ser. El existir

y por el momento, todo calla...