Aquel libro negro que llevaba consigo a todos lados era su
vida. Si su vida estuviese definida por la impresión que tenia de sí mismo y
por su puntualizada descripción de todo lo que rondaba por su cabeza. Acaricio el
lomo de vinil de aquel dañado ejemplar. Su rasgado encuadernado imitación cuero
servía más de carpeta que como portada de un libro. Era como su garantía; le
daba seguridad sentir su peso, pensó cuando lo guardaba en el bolsillo de su raída
gabardina. El numero de hojas que contenía rebasaba por mucho su contenido
original; cientos de hojas amarillentas y maltratadas debido a su descuidado
acomodo se amontonaban entres sus forros. Una historia sin trama, a la que
constantemente debían añadírsele nuevos acontecimientos.
Miro nerviosamente a ambos lados mientras entraba en esa
pequeña callejuela. Su paso errático marcado por la cojera fruto de un lejano
incidente se apresuró, intentando en vano al mismo tiempo evitar pisar alguno de los
numerosos charcos estancados en el adoquín; había estado lloviendo.
Sin darse cuenta paso por debajo de un chorro de agua que caía
desde uno de los desagües de lluvia ubicado en la azotea de una de las
derruidas construcciones que flanqueaban el camino. Maldijo en voz baja
mientras se acomodaba el sombrero.
Se sentía un poco ridículo, como uno de esos estereotipados
y sombríos personajes al inicio de una novela de suspenso o de terror; pensaba
que ir cubierto de pies a cabeza completamente de negro con una gabardina y un
sombrero le confería un aspecto algo siniestro. “Supongo que depende del punto
de vista de quien me vea” reflexionó, apretando más el paso. “No cualquiera aprobaría
lo que me dirijo a hacer”. Ahogó una débil risa y avanzo con una media sonrisa
en sus labios.
Volteó a ver su reloj y de nuevo dejo escapar un juramento. “Es
tarde” pensó. “Muy tarde”.